Alejandro Hita Lara's profile

'Me marcho, de nuevo'

ME MARCHO, DE NUEVO

He vuelto a hacerlo, sé que no debo, pero he regresado. Aquí estoy de nuevo, otra madrugada más, en la puerta, como si fuera un asaltante en mi propia casa. Atravieso la puerta, pese al cargo de conciencia, no debo, lo hago igual.
Me paro enfrente de la puerta de nuestro dormitorio, su dormitorio. No debo hacerlo, lo hago igual. Siempre me topo con el mismo miedo, a verla con otro hombre ocupando mi espacio, mi lugar, mi colchón, su corazón, su placer, sus pensamientos. No puedo evitar ser egoísta, y estúpido, un estúpido egoísta, qué más da, no tengo derecho. Respiro aliviado. Ahí está, durmiendo abrazada a la almohada, el rostro tenuemente iluminado por la poca luz que la luna de agosto arroja a través de la ventana, abierta de par en par, persiana inexistente. Siempre fue una discusión recurrente, yo tan opaco y ella tan fúlgida. Al final solo ha quedado luz.

Me acerco, la observo. Su saliva en la almohada, en mi boca una sonrisa. Quiero tocarte, pero no puedo. Quiero besarte, pero no puedo. Suspiro. La nostalgia se convertiría en lágrima, pero llorar no puedo. Te echo de menos, eso sí que puedo.

En la mesita, como se ha hecho costumbre desde que me fui, el cenicero lleno de colillas. Extraño fumarme un cigarrillo, me encantaba esa banal pero agradable sensación de dejar escapar el humo entre mis labios. El morbo de apuñalarme con cada calada. Al final, no es ella tan diferente de la nicotina. No es la vida tan diferente de un cigarro.

Qué extraño me resulta ver nuestra habitación, su habitación, sin mis cosas. La mesa ya no está repleta de periódicos, de mis redacciones y artículos. Hace tanto que no escribo, que no esbozo mi amor por el periodismo. También lo echo de menos, aunque quizás le dediqué demasiado tiempo, tiempo que no invertí en ella, en grandes proyectos de futuro que jamás se cumplirán. Aunque, siendo egoísta, no me arrepiento, pues mis escrituras son las que me mantienen vivo. A un lado de la mesa, cuatro cajas obstaculizan la apertura del armario. En ellas está mi nombre escrito. Supongo que empaquetar y deshacer es parte del olvido. No la culpo, yo habría hecho lo mismo.

¿Y si me quedo para siempre?, ¿y si me niego a irme? Siempre fui en contra de lo establecido, ¿por qué no debería, pues, hacerlo ahora? Siempre fui caprichoso, siempre antepuse mi propio beneficio al de los demás, siempre pensé tan solo en mí. Hasta ahora. He de irme, no debo quedarme, no puedo quedarme. Me juro que esta madrugada habrá sido la última vez, no volveré. Tengo que dar el paso, he de olvidar, dejar estar, dejar en paz. Quizá dentro de un tiempo nos podamos reencontrar, pero no por ahora, al menos eso espero.

Maldigo aquella fatídica noche en la que me separé de ella. Verla llorando rompió lo que ya estaba roto. Aún me siento absurdo. No entiendo cómo, si ya sabía las consecuencias, si ya había escrito sobre ello. Cada semana llegaban a la redacción casos sobre nuevos accidentes en los que el homicida había sido el alcohol, o la irresponsabilidad, o los dos. Ya sabía qué podía pasar. Ver mi rostro estampado en el volante. Las sirenas, los 'walkie-talkies'. No quedaba más que vislumbrar aquella macabra obra escénica, asumiendo que no había retorno. De este fallo no se aprende, no tuve oportunidad para ello.
A ella la abandoné, la dejé desconsolada, marchita, mustia. Observarla en mi funeral tan solo cercioró mi más incesante temor: esa noche no solo yo había muerto. Espero que pueda perdonarme algún día.


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